Ponencia de Javier Tolcachier para VI
Simposio Internacional Centro Mundial de Estudios Humanistas - Lima,
Perú 24-26
Octubre 2018
Sobre el autor: Investigador
en el Centro de Estudios Humanistas de Córdoba. Editor de agencia internacional
de noticias Pressenza. Escritor, productor radial y analista. Columnista en
diversos medios de América Latina y el Caribe. Militante humanista. Actualmente
facilita coordinaciones en el Foro de Comunicación para la Integración de
NuestrAmérica.
Abstract:
Unidad en la diversidad no es sólo un slogan bonito. Entenderla como simple
acumulación en función de meras coyunturas políticas y sociales es reducir su
real significado de necesidad histórica.
La
ponencia analiza esta necesidad como producto del proceso y como respuesta al
momento histórico, discurre sobre la polaridad y el signo de distintas fuerzas
aglutinantes, expone algunas dificultades y paradojas propias de la
construcción de unidad en la base social y propone rumbos de acción.
La Unidad como necesidad
histórica
La
humanidad atraviesa un momento de fragmentación. Aunque no sea fácil dar una
respuesta definitiva, es interesante preguntarnos cómo se ha llegado a este
momento. Esto, además de un probable aporte al conocimiento, podría darnos
claves sobre el sentido histórico de la desestructuración, como así también
sobre los elementos necesarios para la reconstrucción de la futura unidad
social.
Como
explica Silo en un pasaje de su libro Cartas a mis amigos
“Tanto
el capital como el trabajo, las culturas, los países, las formas organizativas,
las expresiones artísticas y religiosas, los grupos humanos y hasta los
individuos están enredados en un proceso de aceleración tecnológica y de
desestructuración que no controlan. Es una descomposición interna de estructura
y medio circundante, en la que antiguos valores, creencias y formas de
organización social no logran responder ya a las necesidades humanas.
Se
trata de un largo proceso histórico que hoy hace crisis mundial y que afecta a
todos los esquemas políticos y económicos, no dependiendo de éstos la
desorganización general ni la recuperación general.”
“Las
diversas estructuras sociales, desde las más primitivas a las más sofisticadas,
tienden a la concentración progresiva hasta que se inmovilizan y comienza su
etapa de disolución de la que arrancan nuevos procesos de reorganización en un
nivel más alto que el anterior. Desde el comienzo de la historia, la sociedad
apunta hacia la mundialización y así se llegará a una época de máxima
concentración de poder arbitrario con características de imperio mundial ya sin
posibilidades de mayor expansión. El colapso del sistema global ocurrirá por la
lógica de la dinámica estructural de todo sistema cerrado en el que
necesariamente tiende a aumentar el desorden (entropía).”
Desde
otro punto de vista – el del despliegue del Espíritu absoluto - dirá Hegel en
su “Fenomenología del Espíritu”:
“No
es difícil darse cuenta, por lo demás, que vivimos en tiempo de gestación y de
transición a otra época. El espíritu ha roto con el mundo anterior de su ser
allí y de su representación y se dispone a hundir eso en el pasado,
entregándose a la tarea de su propia transformación.”
Desde
el ángulo de la interacción entre medio circundante – a lo que también
podríamos llamar sociedad o mundo – y estructura – intersubjetividad humana –
podríamos hipotizar o inferir que la desintegración del medio social, de las
convenciones, los hábitos vigentes, los modos de organización, los valores, los
vínculos entre las personas, podrían hallarse en íntima conexión con una
necesidad expansiva de lo humano, aprisionada en las costuras del mundo en
desaparición.
Desde
una mirada existencial, sería la asfixia de la alienación – caracterizada en
cualquiera de sus versiones, la que empujaría la dilución-destrucción de un
mundo oprimente. La estructura humana se rebelaría contra la enajenación,
contra el extrañamiento y la externalización - producidas por la cristalización
de estructuras generadas por el ser humano pero alejadas ya de su control
intencional – para recuperar la agencia de la intencionalidad sobre el mundo
golemizado, autómata y en apariencia autosuficiente.
No
hay duda que el mismo sentido de la vida humana, al ser confrontado por su
némesis, el sinsentido, estaría apelando a revolucionar las formas del
convivir, en este caso, intentando hacer desaparecer los lazos anteriores.
Este
punto de vista existencialista podría entonces interpretar la historia como un
proceso de reapropiación humana desde el registro de conciencia alienada en
reacción al sometimiento que experimenta
ante fuerzas externas o extrañas a sí.
Cualesquiera
fuera la hipótesis desde la que se arriba, el panorama de disolución y
atomización se registra como trágico, en referencia al huracán de fuerzas
centrífugas que dificultan toda relación interpersonal, toda organicidad de
estructuras rígidas, una coherente construcción intelectual, la armonía
artística, entre tantas otras actividades humanas que resultan desorganizadas.
Silo
explica que la desestructuración llegará a su punto cúlmine en la misma base
social, a partir de la cual comenzará una recomposición del tejido humano.
Ante
este panorama de disolución, es evidente que el trazo unitario, la “necesidad
de unidad”, aparece como nítida compensación mecánica de la dirección de
atomización divergente, paradójicamente necesaria para permitir la disolución
de esquemas sociales que actúan a modo de mordaza anímica.
Fuerzas aglutinantes
regresivas o evolutivas
Por
la necesidad de unidad, en el
desesperado intento de amarrar ligazones en un mundo cuyos vínculos se ven
corroídos por una progresiva desaparición, el colectivo humano apela a lo que
podemos llamar “fuerzas aglutinantes”.
Estas
fuerzas aglutinantes no tienen un signo único sino que pueden ser de carácter
regresivo o evolutivo.
Entre
las primeras encontramos al nacionalismo xenófobo, a la discriminación racista,
al fundamentalismo religioso, a las derechas políticas, a los naturalismos
radicales.
Todos
ellos contienen una matriz antihistórica que atrae a millones de personas
convocando a un regreso ante la crisis cierta del presente. Las rasantes
transformaciones del paisaje humano en creciente mundialización incorporan una
interacción cultural nunca experimentada anteriormente. Este hecho, sumado a la
inestabilidad producida por los veloces cambios, producen fuertes repliegues
hacia zonas de aparente seguridad psicológica, buscándolas en lo particular y
reconocido. Ante la incertidumbre del futuro, se rehúye al presente buscando
refugio en el pasado.
Parte
de esas reacciones dicen relación también con la precariedad socioeconómica y
existencial de grandes mayorías que ven cerrado su futuro ante la asfixia
generada por la concentración monstruosa de capital. Asimismo, la imposición
globalizadora, la uniformización cultural produce fuertes reacciones en los
pueblos, tendiendo éstos a sobreafirmar identidades, a radicalizar creencias,
usos culturales y rechazar lo diferente.
Algo
similar ocurre ante la afirmación de nuevas tendencias y la ampliación de
derechos y libertades. En sociedades en las que las diferencias de sensibilidad
generacional se acentúan – justamente por la velocidad de las transformaciones
– los hábitos instalados entran en crisis ante el embate generacional y
reaccionan aglutinándose desde respuestas retrógradas.
Todo
ello podría agudizarse en sociedades en las que la pirámide demográfica tiende
a ancianizarse o en otros lugares, inversamente, la misma reacción ser
protagonizada por un sector excluido de la juventud a manera de rebelión
generacional, culpando de la crisis generalizada a la situación creada por sus
mayores.
En
la vereda de enfrente, se encuentran tendencias aglutinantes evolutivas, cuyo signo
distintivo son la inclusión de la diversidad, la horizontalidad y el reclamo de
nuevos modos de hacer las cosas en la vida política y social.
Estas
fuerzas, que hace unos años parecían incipientes, impermanentes y
programáticamente inconsistentes, han logrado afirmarse y llegado en pocos años
a constituir perspectivas de futuro y producir efectos demostración en la
superficie social.
Ejemplos
de ello son la irrupción de nuevas generaciones en la esfera política, los
avances de una indetenible marea feminista, la multiplicación de formas
familiares legalmente aceptadas, la conquista de nuevos derechos, el repudio
social creciente a las distintas formas de violencia, el apego masivo a la paz,
la desestabilización de instituciones arcaicas, entre otros.
Por
supuesto que todo esto no ha logrado todavía desterrar las prácticas sistemáticas
de violencia en sus distintas modalidades y también queda claro que este
desarrollo no es uniforme, pero ya revela avances profundos en la conciencia
social y en el quehacer cotidiano de conjuntos cada vez más numerosos.
Algunas dificultades para
la Unidad
Aún
impulsada por la necesidad histórica y orientada en sentido evolutivo, la
Unidad se encuentra en el transcurso de su construcción con dificultades.
Algunas
de estos escollos, de menor calibre, dicen relación con posicionamientos o
intereses particulares de coyuntura. Poner lo particular por encima de lo
general constituye por regla general un error.
Sin
embargo, entre los problemas de mayor calado está la tendencia de alimentar la
identidad desde la diferencia. Esta característica, que puede ser fácilmente
rastreada aún en conjuntos que pretenden cambios evolutivos, podría
considerarse como un resabio de signo inverso, como un contrabando ilegítimo de
carácter regresivo.
Dicho
problema suele ser arrastrado desde la misma condición de origen de un grupo
cualquiera, en especial si el grupo fue perseguido, estigmatizado o aislado
para impedir su proliferación. Al respecto puede decirse que todo fenómeno
emerge en diferenciación de lo existente, con mayor razón si se trata de ideas y
prácticas renovadoras. Dicha diferenciación inicial se fortifica aún más para
autoorganizarse trazando límites entre lo que es y lo que no, entre los que son
y los que no son, entre los “nuestros” y los “otros”.
Sin
embargo, lo estructurado nunca es mayoritario. Para que la idea de esta minoría
pueda influir de algún modo en el sentido común – lo cual es su objetivo – la
minoría debe relajar su diferencia y tender puentes. Si esto no se produce, el
colectivo recogerá crecientemente elementos que tienden a la desadaptación y se
direccionará en el mismo sentido para “no contaminarse” ni “desviarse” de su
propósito original.
Dicha
dirección mental impedirá valorar la diversidad como fuente de riqueza y como
necesaria acumulación de potencial transformador.
Más
allá de sus características fundacionales toda corriente sufre en algún momento
este fenómeno. En algunas organizaciones, incluso llegando a ejercer mecanismos
represores dentro de sus propias filas, tildando a los autocríticos, aperturistas,
conciliadores, innovadores o incluso inoportunos adelantados de “traidores,
desertores, herejes, desviacionistas” y denominaciones similares.
La
raíz de esta exacerbación identitaria, que dificulta la relación paritaria con
otros, está por un lado en la propia memoria, que constituye la base de la
identidad. Por otro lado, en el sentido de comunidad que otorga.
Engrandecer
verdaderamente la propia identidad, reconociendo las virtudes de otros, es
abandonar la tendencia a considerar lo propio como “lo mejor”, ya que lo mismo
le sucede a todos los demás, siendo impropio pedirles algo que uno no está
dispuesto a hacer.
Resaltar
“imperfecciones” en los proyectos colectivos iniciados por otros –
característico del alimento diferenciador, no sólo impide su mejora (en el caso
de que aquellas existan) sino que también dificulta observar mejor las propias
“imperfecciones” y las virtudes de los demás.
El
problema reside en que no es sencillo “desprenderse” de la propia memoria, de
los afectos y vivencias ligados a ideas y prácticas que se abrazan con fervor
reverencial. La definición identitaria suele condensar a modo de síntesis un
paisaje de formación, una respuesta generacional y propia y un poderoso mandato
cultural que se resisten a ser abandonados. Es la bandera que no puede ser
entregada en la batalla vital, so pena de registrarse como íntima traición a
las mejores causas.
Pero
la idea de abandono es radical y ficticia. La identidad es en realidad un
fenómeno dinámico que deberá necesariamente alimentarse en adaptación creciente
del medio variable. De lo contrario, quedará cristalizada en sus pétreos
recuerdos.
Esa
comprensión de identidad dinámica es el umbral para una complementación real
con otros. Y obviamente, la base mínima para emprender transformaciones.
En
cuanto al sentido de comunidad, una necesidad de la conciencia que busca
completarse con otros, éste también puede ampliarse y diversificarse. Si uno
mira detenidamente, uno pertenece en todo momento a comunidades diversas:
vecinos, familia, conciudadanos, compañeros de labores, etc. Estas comunidades
a su vez están en movimiento compositivo e histórico, unos vienen y otros se
van. De allí que aferrarse a la idea de una sola comunidad de modo estático es
ir contra la evolución de las cosas y redunda en sufrimiento. Las comunidades
pueden ampliarse, en sentido no solamente cuantitativo sino también
cualitativo, emprendiendo relaciones creativas con otras para conformar nuevas
entidades. Así ha sucedido a lo largo del proceso humano con todos los pueblos
de la humanidad.
Además
de esto, hay una paradoja histórica en el desarrollo de todo conjunto que puede
enunciarse del siguiente modo:
“Los
núcleos de ideación, de doctrina o creencia sólo existen en su forma “pura”,
“original” o supuestamente “ideal” en entornos diferenciados, pequeños y
relativos cultural e históricamente a sus condiciones de origen. Para
trascender a otros ámbitos, extensos, de complejidad creciente y en relación
con culturas y momentos históricos distintos, deben perder parte de su calidad
original.”
Esto
es así porque en la complementación y síntesis estas matrices deberán recombinarse
y fusionarse con moldes que no le son propios.
Postulado
de otro modo, “Todo núcleo de ideas que pretenda permanecer incólume tenderá a
conservar su condición de origen, perdiendo dinamismo de relación con su
entorno histórico y por tanto, influencia.”
La Unidad como
construcción intencional
De
este modo podemos arribar a condiciones que nos permiten pensar en articulaciones
crecientes, en la Unidad como construcción intencional.
La
relación abierta y complementaria implica transformaciones en todos los entes
involucrados. Es una ilusión influir sin ser influido, no es posible
transformar sin ser a la vez transformado.
El
signo intencional evolutivo de la unidad estará dado por recoger los contenidos
de mayor calidad de cada segmento en articulación, facilitando su relativa
autonomía y de ninguna manera imponiendo una parte sobre el todo.
De
esta manera, la articulación y sus fragmentos se nutren de lo mejor de cada
quién, de cada historia y de cada memoria, dejando intactas la influencia
sectorial acumulada y su crecimiento.
Esta
unidad representa la creación de un nuevo sujeto histórico, diferente e
independiente de los anteriores, superador de la parcialidad y la fragmentación
y transformador de cada una de las particularidades compositivas.
Sujeto
que, a su tiempo y por virtud de un nuevo desacomodo de las circunstancias
históricas, será necesario interpelar y deconstruir.
Para
finalizar, bien vale recordar una frase del humanista del Renacimiento Pico
Della Mirándola, quien en sus 900 tesis decía: “Aquello que entre los cabalistas
se dice Metatrón, es sin duda lo que es llamado Palas por Orfeo, Mente Paterna
por Zoroastro, Hijo de Dios por Mercurio, Sabiduría por Pitágoras, Esfera
Inteligible por Parménides.”
O
en palabras de Silo, recogidas en el Documento Humanista: “entre las aspiraciones
humanistas y las realidades del mundo de hoy, se ha levantado un muro. Ha
llegado pues, el momento de derribarlo. Para ello es necesaria la unión de
todos los humanistas del mundo.”