Sobre el rumbo de las nubes
Este es un libro que estudia posibles futuros, algo similar a poder decir algo sobre el rumbo de las nubes. Curiosamente, o no tanto, los sabios abocados a anticipar los destinos intentaban develarlos en el cielo, observando movimientos estelares que tradujeran verdades cósmicas a previsiones sobre el estado futuro de las cosas. Claro que en sociedades agrícolas, anticipar los climas se convertía en una ayuda inestimable al proceso productivo. Y por supuesto reyes y otras gentes de poder acudían a los videntes a por consejo sobre las mejores condiciones para sus planes.
Pero astrólogos, magos, luego astrónomos y astrofísicos, pretendieron desde siempre descubrir en los cielos los signos de lo Sagrado, unir lo por venir con las preguntas sobre el origen y significado del Universo, dar significación y fundamento unívoco y permanente enlazando futuros y pasados en una inmanencia totalizadora.
Ésta no será la amplitud de la presente obra, aunque compartamos la atracción que seguramente muchos habrán sentido por descifrar lo hasta allí incognoscible. Predecir es algo osado y ciertamente atrevido en épocas de gran inestabilidad. Resulta más escandaloso aún querer hacerlo con respecto a China, cultura con gran prestigio en este campo y una de cuyas principales obras es precisamente un libro metódico para avizorar futuro como es el I Ching o “libro de las Transformaciones”. Pero tal transgresión de antecedentes, absolutamente impropia y alejada de los parámetros culturales que se pretende indagar, lejos de coartar el impulso, lo estimula, cual viento que en su intento por apagar el fuego, termina avivándolo. A la inversa, estos juegos paradojales con los conceptos a los que habitualmente recurrimos para afectar la razonabilidad lógica de opuestos excluyentes a las que nos ha acostumbrado cierta ciencia positivista y cierta visión del mundo maniquea, además de hacer la lectura más amena, sí nos trasladan al interior de un clima cultural donde principios contrapuestos no sólo no antagonizan sino que son útiles en su complemento,
resolviendo su contradicción en armonías que los exceden y a la vez contienen.
Aún en la dificultad de poder afirmar con valor absoluto verdades que aún no ocurrieron, nos consuela el hecho de que – en el caso de China – es idénticamente fortuito también establecer verdades absolutas sobre lo ya ocurrido, dada la distancia que ponen las fuentes idiomáticas, la extensión de tiempo en su desarrollo civilizatorio, la distorsión de la propia mirada que pretende asimilar lo desconocido a lo poco o mal conocido para reconocerlo y la imposibilidad del análisis completo de recursos que impone tamaña tarea.
Definido entonces de algún modo el propósito del texto - y sus inocultables limitaciones - diremos que este estudio podría clasificarse en un tipo de futurología intencional, que no cree en la simple mecánica de los acontecimientos o lo ineludible de condiciones en desarrollo. Así como admitimos la posible imponderabilidad de factores múltiples y en veloz desarrollo, así como ponderamos el inapresable azar posibilitado por la elección humana, así también consideramos que los pueblos son los artífices
definitivos de la Historia, desde sus más profundas aspiraciones y creencias. En este sentido, como parte de esa producción humana, este trabajo pretende también ser un manifiesto que ayude a los cambios citados, con lo cual la hipótesis se hará plena por el poder de la intencionalidad y la obra en sí no hará sino interpretar dicha fuerza, la más poderosa de las existentes.
Por último, según veremos más adelante, el interés no sólo se centra en lo que ocurrirá en China, sino en que este hecho, absolutamente entroncado estructuralmente con el resto del mundo, estará incluido en transformaciones sistémicas planetarias. Acaso entonces varíe el objetivo del trabajo y nos aboquemos a predecir la caída de un sistema depredador, imbuido de competencia, avaricia y destrucción, un monstruo de varias cabezas, en cuyo coletazo final podremos señalizar el surgimiento de un nuevo momento de la Historia Humana. En todo caso, y anteponiéndonos a la celebración de nuestros errores, citemos las palabras del matemático chino Liu Hui, quien en el año 263 del calendario vulgar, y comentando el intento en un texto clásico de exponer una fórmula – no del todo exacta - para el cálculo del volumen de una esfera, compasivamente escribió: “Dejemos el problema para quien pueda decir la verdad”.
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